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#Pacientes con #obesidad con #COVID-19 tienen más #carga vírica por más tiempo

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Pacientes con COVID-19 y obesidad (índice de masa corporal: 30 kg/m2) tienen más carga vírica y el virus parece persistir por más tiempo en estos individuos, de acuerdo con nuevos datos que exploran cuán contagiosos son los pacientes con COVID-19 y obesidad.[1]

El Dr. Dror Dicker, del Hospital Hasharon, en Petaj Tikva, Israel, presentó brevemente resultados preliminares de su trabajo en la sesión plenaria de la European and International Conference on Obesity (ECOICO) de 2020, que este año tuvo lugar de forma virtual.

Al abordar si los pacientes con obesidad son más contagiosos que quienes no la tienen, el Dr. Dicker explicó que su investigación muestra que individuos con índice de masa corporal > 30 kg/m2 tuvieron cuadros clínicos de COVID-19 que se resolvieron cinco días más tarde que los de aquellos con índice de masa corporal < 25 kg/m2, el cual se considera equivalente a un peso corporal sano.

“También sabemos que los pacientes con obesidad tienen más carga vírica”, destacó el Dr. Dicker, especialista en obesidad.

“Por los frotis genéticos sabemos que en el tejido adiposo los niveles de enzima convertidora de angiotensina-2 son más altos, por lo que en consecuencia se intensifica la capacidad del virus para entrar en las células”, explicó, señalando que este estudio es nuevo y hasta ahora no publicado. Añadió que pacientes con obesidad que contraen influenza muestran un patrón similar en lo que respecta a cargas víricas más altas y duraciones de la infección más prolongadas.

Se está realizando un estudio multicéntrico grande para estudiar obesidad y COVID-19

En su investigación, aquellos con COVID-19 e índice de masa corporal < 25 kg/m2 tardaron aproximadamente 14 días para restablecerse por completo, aquellos con índice de masa corporal de 25 a 30 kg/m2 tardaron cerca de 17 días y los que tenían índice de masa corporal > 30 kg/m2 tardaron alrededor de 19 a 20 días.

El Dr. Dicker dijo que los niveles más elevados de índice de masa corporal y glucosa probablemente son los factores de riesgo más relevantes en pacientes intubados que dan lugar a peor morbilidad. Una posible explicación es que al inicio los pacientes con obesidad tienen comorbilidades, además de que hay factores inmunitarios, que en conjunto con la tormenta de citocinas típica de la COVID-19 grave, aumentan la morbimortalidad.

Una serie de estudios han vinculado la obesidad con peores desenlaces en casos de COVID-19. Datos sobre los desenlaces provenientes del Centre Hospitalier Universitaire de Lille, en Lille, Francia, fueron informados en Medscape Noticias Médicas en abril, y más tarde publicados en Obesity.[2] Estos estudios revelaron que la gravedad de COVID-19 se asociaba con categorías de índice de masa corporal más altas, y fue máxima en pacientes con índice de masa corporal ≥ 35 kg/m2 (obesidad patológica). Los investigadores también encontraron que la necesidad de ventilación mecánica invasiva se relacionó con obesidad grave y fue independiente de edad, género, diabetes, e hipertensión.

Los datos corresponden a marzo y abril de 2020, cuando los ingresos a las unidades de atención médica general y de cuidados intensivos comenzaron a aumentar bruscamente en Francia y en otras partes de Europa.

El Dr. François Pattou, profesor de cirugía, de la Facultad de Medicina en la Université de Lille, hizo breve referencia a estos hallazgos durante la sesión plenaria inaugural de ECOICO 2020, aunque dificultades técnicas limitaron su presentación.

Otros datos provenientes de la ciudad de Nueva York, presentados en la misma noticia de Medscape Noticias Médicas también señalaron que la obesidad podría ser un factor de riesgo en pacientes con COVID-19 para ingresar en la unidad de cuidados intensivos, en especial los menores de 60 años. Pacientes con obesidad tuvieron el doble de probabilidades de ser hospitalizados por COVID-19 y también aumento significativo de la probabilidad de ser ingresados en una unidad de cuidados intensivos.

Otro análisis realizado por médicos franceses, incluido el del Dr. Pattou, publicado en julio en The Lancet Diabetes & Endocrinology, mostró que entre los pacientes analizados en el Lyon University Hospital, aquellos con COVID-19 internados en la unidad de cuidados intensivos tuvieron 35% más probabilidades de tener obesidad que aquellos con COVID-19 grave en la población general francesa (p = 0,0034).[3]

Ahora el Dr. Pattou dirige un estudio multicéntrico internacional grave sobre cómo el índice de masa corporal y la obesidad se relacionan con el aumento del riesgo de ventilación mecánica en la COVID-19. En el estudio se investiga la asociación entre índice de masa corporal y desenlaces de la neumonía en pacientes muy graves con COVID-19 utilizando datos médicos clínicos no datos administrativos.

En el estudio hasta ahora se han incluido más de 1.400 pacientes de 21 centros en Europa, Estados Unidos e Israel, con base en datos médicos clínicos (no bases de datos administrativas).

El Dr. Pattou comentó a Medscape Noticias Médicas: “Esperamos que este estudio ayude a comprender mejor la naturaleza, lineal o no lineal de la asociación entre índice de masa corporal y la gravedad de la neumonía por COVID-19, con necesidad de ventilación mandatoria intermitente, y la mortalidad. Asimismo, queremos esclarecer el efecto del género o la edad y las covariables metabólicas sobre esa asociación”.

En un comunicado de prensa de ECOICO 2020 añadió: “Varios meses después de iniciada la pandemia de COVID-19, el aumento del riesgo generado por este virus en las personas con obesidad no podría estar más claro. Nuestros datos muestran que las posibilidades de que la enfermedad sea más grave aumentan con el índice de masa corporal, al grado de que casi todos los pacientes con COVID-19 en cuidados intensivos que tienen obesidad grave terminarán necesitando un respirador”.

Los doctores Pattou y Dicker han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

#Si la #dieta es saludable la presencia de #obesidad no aumenta el riesgo de #diabetes tipo 2

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Un estudio del Ciberdem en ‘Clinical Nutrition’ podría enfocar la estrategia dietética en pacientes prediabéticos hacia una alimentación más saludable y no restrictiva

La microbiota no sólo tiene que ver con la alimentación que se ingiere sino con el estado de salud
La microbiota no sólo tiene que ver con la alimentación que se ingiere sino con el estado de salud

La calidad de la dieta y de la microbiota tienen más impacto en el desarrollo de la diabetes tipo 2 que la obesidad en mayores de 65 años, según los resultados de un estudio español que se publica en Clinical Nutrition. El estudio ha mostrado que “aunque la persona presente obesidad tiene un menor riesgo de desarrollar diabetes tipo 2 si adopta un patrón alimentario saludable”, ha explicado a Diario Médico Diana Díaz Rizzolo, una de las coordinadoras del estudio.

El estudio realizado por los investigadores del Ciber Diabetes y Enfermedades Metabólicas (Ciberdem), en el Instituto de Investigaciones Biomédicas August Pi i Sunyer (Idibaps), junto con el Consorcio de Atención Primaria de Salud del Eixample de Barcelona (Capsbe), también muestra que en el caso opuesto una persona con prediabetes que siguen una alimentación poco saludable tiene más riesgo de diabetes tipo 2.

Según los investigadores, este hallazgo podría cambiar la estrategia dietética en pacientes prediabéticos hacia enfoques centrados en una alimentación más saludable, en detrimento de dietas restrictivas enfocadas a la pérdida de peso.

Modular la microbiota para prevenir la diabetes

Al comenzar un estudio de prevención de diabetes tipo 2 en el que se monitorizaban otras variables los investigadores se plantearon la oportunidad de comprender mejor qué papel podía tener la modulación de la dieta o la dieta en sí en sobre la diabetes, puesto que los cambios en la microbiota “no sólo tiene que ver con la alimentación que se ingiere sino con el estado de salud”. Por eso para realizar el estudio se eligió a un grupo de pacientes con alto riesgo de desarrollar la patología: pacientes mayores de 65 años prediabéticos, un momento en el que aún es prevenible la aparición de la diabetes.

Los resultados del trabajo son especialmente relevantes al tener en cuenta que las dietas de restricción de grupos nutrientes dirigidas a la pérdida de grasa en mayores de 65 años pueden provocar “mayor fragilidad, de malnutrición protéico energética”, sarcopenia y deterioro funcional.

“Nos parece muy interesante en esta población poder abordar la prevención de la diabetes tipo 2 con la modulación de la dieta sin necesidad de contar calorías. Las dietas cualitativas parecen ser más interesantes en esta población que las restrictivas”, ha dicho Díaz. Aparte del riesgo físico, también es necesario tener en cuenta el impacto sobre la salud mental, puesto que la eliminación de ciertos alimentos en una dieta de pérdida de peso se asocia con un castigo y a largo plazo provocan un efecto rebote.

“Las dietas cualitativas parecen ser más interesantes en mayores de 65 años que las restrictivas”

Para valorar la interrelación entre dieta, obesidad y riesgo de enfermedad, se analizaron con técnicas de bioestadística los diferentes patrones dietéticos de los participantes y se dividieron en cuatro grupos de estudio: obesos con dieta saludable, obesos con dieta no saludable, no obesos con dieta saludable y no obesos con dieta no saludable. Tras comparar la microbiota intestinal de los cuatro grupos, se comprobó que ésta era más parecida entre sí dependiendo del tipo de dieta, independientemente de la condición de obesidad.

Patrón de bacterias patológico en la microbiota

El equipo del Ciberdem consideró como dietas saludables aquellas en las que se ingerían de forma habitual más cantidad de grasa de origen saludable -sobre todo poliinsaturadas aunque también monoinsaturadas-, carbohidratos, especialmente en forma de almidones, y antioxidantes. Por el otro lado, el grupo con una ingesta menos saludable incluía mayor cantidad de azúcares simples y libres, proteínas de origen animal, grasas saturadas y menor cantidad de polifenoles y antioxidantes.

Los grupos con dieta no saludable (obesos y no obesos) mostraron mayor concentración de Prevotella y menor de bacterias ácido-lácticas y Faecalibacterium prausnitzii. “Teniendo en cuenta que la microbiota tiene un papel esencial en el desarrollo de la DM2, se observó que los grupos con dieta no saludable presentaban un patrón de bacterias con mayor riesgo patológico”, ha explicado Diana Díaz Rizzolo, una de las coordinadoras del estudio.

¿Obesidad y salud?

Por otra parte, al comparar el riesgo de desarrollar diabetes en los cuatro grupos, los investigadores confirmaron que cuando la dieta no es saludable, la presencia de obesidad aumenta la probabilidad de desarrollar DM2. Curiosamente también ocurre al revés: cuando la dieta es saludable la presencia de obesidad no aumenta el riesgo de la patología. “Demostramos que la calidad de la dieta, y la microbiota intestinal ligada a esta dieta saludable, es más importante que la obesidad en el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2”, ha recalcado Ramón Gomis, investigador del Ciberdem en el Idibaps y también coordinador del trabajo.

“Lo interesante es que dentro del grupo de personas con obesidad algunos comían de forma muy saludable. Es importante recalcar que esto implica que si se ingieren más calorías de las necesarias o si no se realiza actividad se gana peso”, ha añadido Díaz. No obstante, la investigadora también ha recalcado que “cuanto más saludable es la dieta más difícil es ganar peso, básicamente porque los alimentos más saludables son aquellos con más poder saciante”.

La microbiota no responde por grupos de edad

Según Díaz les gustaría replicar el estudio en otros grupos de edad, ya que la microbiota no responde por grupos de edad, e incluso en otras patologías. “No obstante, en los jóvenes no entran en juego la variable de las comorbilidades o del riesgo-beneficio de estas dietas restrictivas como en los mayores. Sin embargo, hay que tener muy en cuenta la salud mental en población joven que hayan sufrido un trastorno de la conducta alimentaria (TCA), que en ocasiones es subclínico. Creemos que el abordaje general de inculcar a la población una dieta saludable sin restringir alimentos puede ser muy interesante en cualquier grupo de población”.

#Especialistas en #obesidad estiman un incremento medio del 5% del peso de los niños y adolescentes tras el confinamiento

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La Sociedad Española de Obesidad (SEEDO) estima un incremento medio cercano al 5% en el peso de los niños y adolescentes tras el confinamiento por la pandemia de COVID-19. Calculan que puede haberse incrementado en al menos 1 kg de grasa el peso medio de la población infantil española en el último mes.

“La situación actual de confinamiento ha cambiado de manera importante el estilo de vida, la actividad escolar, la actividad social y, con frecuencia, los hábitos alimentarios, todo ello con un impacto directo sobre la salud. Los niños y los jóvenes tienen un riesgo especialmente elevado de modificar negativamente su alimentación durante el periodo de confinamiento debido a la actual pandemia de coronavirus”, advierten en un comunicado.

El vicepresidente de SEEDO y que trabaja en el Servicio de Endocrinología y Nutrición del Complejo Hospitalario Universitario de Ferrol, Diego Bellido, ha alertado “la población infantil y juvenil es especialmente vulnerable, por no ser habitualmente consciente de la gran repercusión que ganar peso y adquirir malos hábitos puede tener sobre su salud futura tan física como mental”.

De hecho, y aunque todavía no se dispone de datos acerca del impacto de esta pandemia sobre la obesidad infantil, las previsiones de los expertos no son muy halagüeñas. Se basan, sobre todo, en estudios previos que evidencian un incremento del peso corporal de los niños durante el periodo de vacaciones estival en un año convencional, atribuible a los cambios que se producen en verano en comparación a los hábitos durante el curso escolar. Por tanto, como indica Bellido, “es esperable que se produzca, al menos, una situación similar”.

En cualquier caso, como afirma Francisco Tinahones, jefe del Servicio de Endocrinología del Hospital Universitario Virgen de la Victoria (Málaga), “el impacto va a ser diferente en función de la duración total del confinamiento absoluto y de la duración e intensidad en la que se realice el proceso hasta la normalización de la situación”.

Además, según este especialista, “esta situación de confinamiento afectará a cada niño en función de su peso al inicio, su estado de forma física y su ambiente familiar”. Con todo, recuerda que “es muy importante, si ha existido un incremento de peso, que tras el confinamiento se tomen la medidas para volver al peso normal”.

Respecto a cuánto se puede elevar el peso de media durante este periodo confinamiento, se podría estimar en un 5%, “teniendo en cuenta que estarán más afectados los que antes del confinamiento presentasen mayor peso, peor forma física y con familiares obesos”, indica Bellido.

Según los cálculos de Susana Monereo, jefa del Servicio de Endocrinología del Hospital Gregorio Marañón (Madrid) y secretaria de SEEDO, “si se hace diariamente un aporte extra en la dieta de unas 200-250 Kcal (que se puede alcanzar solo con el consumo adicional diario de, por ejemplo, varias galletas), en 1 mes se habrá acumulado aproximadamente 6.000-9.000 kcal, lo que se traduce en un incremento de 1 kg de grasa”.

#Tipificar la #obesidad como #enfermedad crónica, clave para su correcto abordaje en Europa

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MADRID, ESP. Considerar, tipificar y abordar la obesidad como una enfermedad crónica más es una asignatura pendiente que impide tanto un tratamiento más óptimo como poner freno a un problema considerado como epidémico en Europa. Esta reivindicación centró el mensaje emitido conjuntamente por la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición y la Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad en el contexto del último Día Mundial de la Obesidad (celebrado el pasado 4 de marzo).

Dr. Albert Lecube

Para dar visibilidad a esta demanda, los especialistas han puesto en marcha la iniciativa Abordando la obesidad juntos en Europa (Addresing Obesity Together Across Europe), sobre la cual el Dr. Albert Lecube, jefe del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario Arnau de Vilanova de Lérida, comentó a Medscape en español: “El objetivo principal de esta campaña es señalar la necesidad de que la obesidad sea reconocida como una enfermedad crónica tratable por parte de la Unión Europea y los gobiernos de todos los estados miembros y, al mismo tiempo, llamar la atención sobre los beneficios que esto traerá tanto a los pacientes como a la atención médica”.

En el marco de esta campaña, sus responsables dirigen mensajes a todos los agentes comprometidos en el abordaje de esta patología (gobiernos, profesionales sanitarios, administración, farmacéuticos, medios de comunicación, pacientes y población en general) en los que se hace alusión a las preocupantes cifras que este problema arroja en el continente: entre 30% y 70% de los adultos de la Unión Europea presentan sobrepeso, y 10% – 30% padecen obesidad. Además, se prevé que en el año 2030 más de la mitad de la población europea presente la enfermedad.

España, en la media (mejorable) de la prevalencia europea

El Dr. Lecube explicó que los cuatro países con mayor prevalencia de obesidad en mayores de 18 años en Europa son Turquía, Malta, Letonia y Lituania, según datos arrojados Eurostat, aunque la tendencia al aumento de los casos es algo generalizada en todos los estados miembros de la Unión Europea.

Según datos del informe The heavy burden of obesity de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, España ocupa el séptimo lugar dentro de los países de la Unión Europea en cuanto a sobrepeso y obesidad en mayores de 15 años, pasando a la novena posición en lo que respecta exclusivamente a la obesidad.

Dra. Nuria Vilarrasa

“Esto nos sitúa por detrás de países como Inglaterra, Turquía, Malta, República Checa, Eslovenia, Eslovequia y Lituania”, explicó a Medscape en español la Dra. Nuria Vilarrasa, coordinadora del Grupo de Obesidad de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición. “Las tasas de sobrepeso estimadas en la población adulta (25 – 64 años) son de 39,3%, y las de obesidad (índice de masa corporal [IMC] > 30 kg/m2) de 21,6% (22,8% entre los varones, y 20,5% entre mujeres)”.

Entre los países que presentan mejores datos (tanto en el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos como en otras estadísticas) se encuentra Italia, con cifras de prevalencia de obesidad de 46% en adultos (frente a 56% de la media europea), lo que coloca al país transalpino a la cabeza de los de menor obesidad. Sin embargo, este dato contrasta notablemente con las cifras arrojadas en el caso del sobrepeso infantil y que sitúan a Italia como el país con la segunda media más alta de Europa.

Dr. Luca Busetto

El Dr. Luca Busetto, profesor asociado del Departamento de Medicina Interna de la Universidad de Padua, en Italia, manifestó a Medscape en español: Precisamente Italia es uno de los tres únicos países de la Unión Europea (junto a Portugal y Países Bajos) que actualmente reconoce la obesidad como una enfermedad crónica, y que ha puesto en marcha estrategias para abordarla como tal.

Asimismo, el especialista indicó: “El 11 de noviembre de 2019 la Cámara de Diputados del Parlamento italiano votó y aprobó por unanimidad una moción en la que se solicitaba al gobierno del país la adopción de medidas para introducir una definición de la obesidad como una enfermedad crónica, caracterizada por sus elevados costos directos e indirectos, tanto económicos como sociales”.

Luces y sombras del abordaje en la Unión Europea

La estrategia italiana marca claramente la línea a seguir sugerida por la Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad, quien demanda que pese a la alta incidencia en la Unión Europea, hasta el momento las políticas adoptadas han resultado escasas e ineficaces, y recuerdan cómo en 2016 una encuesta reveló que 19 de los entonces 27 estados miembros afirmaban tener implementadas estrategias relacionadas con la obesidad, pero solo 10 de ellos pudieron explicar medidas concretas, consistiendo la mayoría en una “recopilación de objetivos poco precisos”, según los investigadores.

“Hay que ser conscientes de que nos encontramos ante una de las enfermedades más prevalentes, más infravaloradas, menos diagnosticadas y menos tratadas de nuestra historia”, comentó el Dr. Lecube. “Por lo tanto, dar el paso hacia su reconocimiento como patología crónica —no solo por parte de los profesionales sanitarios sino también de la sociedad— debe ayudar a promover tanto su prevención como su tratamiento, su diagnóstico y la investigación de su etiopatogenia, su tratamiento dietético conductual y la posibilidad cada vez más real de disponer y generalizar el tratamiento farmacológico y, también, que este tratamiento farmacológico sea financiado por el sistema de salud público”.

“Solo consiguiendo que todas y cada una de las personas con obesidad sean correctamente diagnosticadas, evaluadas, aconsejadas y tratadas podemos situar a nuestro sistema sanitario en el lugar de excelencia que le corresponde”, puntualizó el Dr. Lecube.

En el caso concreto de España, la consideración de la obesidad como enfermedad crónica se podría calificar como un hecho en la teoría, pero “no operativa” en la práctica. La Dra. Vilarrasa señaló: ” Sí está reconocida como enfermedad crónica [la obesidad] por parte de las autoridades sanitarias, aunque existen inequidades respecto a otras patologías de las que la obesidad es causa o con las que está íntimamente relacionada. Y estas desigualdades son obvias en relación con las prestaciones farmacéuticas —ningún fármaco para la obesidad está financiado— y con las listas de espera quirúrgica —las de la cirugía de la obesidad son de las más largas, llegando incluso a los 5 años—”.

Según la experta de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición, actualmente existen guías del abordaje y tratamiento de la obesidad realizadas por diferentes sociedades científicas que permiten afrontar esta patología de manera más eficaz, “pero hay grandes limitaciones. A nivel de profesionales de la salud, la figura de dietistas/nutricionistas en atención primaria está ausente. Tampoco existe acceso a psicólogos especializados en el tratamiento de esta patología ni especialistas en actividad física. Solo en los hospitales con unidades de obesidad, que son pocos en todo el país, se dispone de personal adecuado para tratar esta patología”.

Llamarla por su nombre para acabar con el estigma

El reconocimiento como patología crónica permite la implantación de estrategias sólidas, con plazos y recursos bien definidos.

La Dra. Vilarrasa añadió: “También es necesario dejar de discriminar la obesidad y acabar con el estigma de las personas que la padecen. Se trata de una enfermedad crónica y no de una elección o de un estilo de vida. Solo reconociéndola y actuando con estrategias sólidas, aplicando programas de abordaje multidisciplinar que son los que tienen evidencia científica, facilitando el acceso a las terapias disponibles e invirtiendo en programas de prevención junto con una legislación adecuada y la implicación de la industria alimentaria, podremos enfrentarnos a esta pandemia”.

En la misma línea, el Dr. Lecube comentó que es fundamental perder el temor a decir a una persona que tiene obesidad, y que debe tratarse de esta enfermedad: “El error radica en creer que identificar a un sujeto con obesidad lo estigmatiza; en considerar que decirle a alguien con índice de masa corporal superior a 30 kg/m2 que padece obesidad supone un insulto o un agravio a su dignidad. No hablamos de prediabetes, prehipertensión ni sobrepeso, sino de que la obesidad es una enfermedad importante”.

Para el Dr. Busetto, la definición de la obesidad como enfermedad crónica implica abandonar el enfoque a corto plazo de la pérdida de peso y adoptar una visión a largo plazo dirigida al mantenimiento de la salud y la prevención de complicaciones derivadas de la ella: “El peso es solo uno de los aspectos del tratamiento de la obesidad, y la atención debe centrarse más en mantener un peso saludable a largo plazo que en la reducción ponderal en un periodo corto o puntual”.

Cronicidad como puerta a un cambio de abordaje

Asimismo, indicó que “este tipo de enfoque requiere la definición de vías de tratamiento adecuadas, y el sistema de salud pública debe asumir la responsabilidad de la organización de estas estrategias y la aplicación de las mismas. Estas vías deben basarse en la atención primaria para los casos más sencillos y menos complicados, y en centros especializados y con manejo multidisciplinario para los más complejos”.

Y los “centros especializados deben ser capaces de proporcionar todos los tipos de terapias aprobadas actualmente para el tratamiento de la obesidad”.

El Dr. Busetto agregó que el abordaje de la obesidad por parte de la Unión Europea desde un enfoque de cronicidad debería seguir tres líneas principales de actuación: “En primer lugar deben adoptarse medidas preventivas lo antes posible, prestando especial atención a la edad pediátrica, diseñándolas con un enfoque sistémico y no basadas únicamente en las iniciativas individuales de los ciudadanos y de los padres. Es importante que el medio en el que viven los niños se vuelva menos obesogénico, con intervenciones que actúen sobre la disponibilidad y calidad de los alimentos, sobre la regulación y reducción del impulso comercial para el consumo de los productos alimenticios de alto contenido calórico, en particular para los niños, y sobre el diseño y creación de espacios urbanos que fomenten la actividad física”.

La segunda línea estratégica consiste en conseguir que la obesidad llegue a ser una prioridad para los sistemas sanitarios nacionales europeos, “y por último, hay que combatir el tradicional concepto de esta patología como resultado de una elección personal. Las personas con obesidad no aumentan de peso porque sean perezosas o estén menos dispuestas que otras a cuidarse. Hay que tener claro que la obesidad es una enfermedad que nadie elige tener, así que sería necesario manifestar más respeto por estos pacientes, al igual que lo hacemos con todos los demás que padecen enfermedades crónicas”.

Los doctores Busetto y Vilarrasa han declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente. El Dr. Lecube colabora en ensayos clínicos y ponencias con laboratorios farmacológicos que tienen o desarrollan fármacos contra la obesidad.

#Reducción extrema de peso: los pacientes pierden bastante peso

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Michael Gorman se rehusaba a ver un médico, aun cuando su peso tuvo un repunte que sobrepasó los 226 kg. Ya no podía ir a los cines que tuvieran sillas con soporte para el brazo ni hacer vuelos prolongados porque no podía entrar en los baños del avión. Había tenido sobrepeso desde la infancia, y en su experiencia los médicos solamente lo avergonzaban.

“Comencé a darme cuenta de que acudir al médico significaba ir a que me dieran un sermón sobre mi peso, así que dejé de ir, salvo en caso de urgencias graves”, dice.

No fue sino hasta que este comerciante de 46 años de Providencia, Rhode Island, se percató de que su obesidad podría reducir su vida que decidió bajar de peso. Quería vivir el tiempo suficiente para cuidar a sus padres, así que sabía que tenía que hacer un cambio espectacular. En vez de recurrir a su médico, realizó su propia investigación y decidió adoptar una dieta cetogénica en el invierno de 2017.

No fue fácil. Se iba a la cama temprano para evitar los retortijones de hambre y a veces lloraba hasta quedarse dormido.

Hoy en día, casi 3 años después, ha bajado más de 118 kilos. Por lo general no come entre el medio día y las 9 a. m. del siguiente día, trabaja 5 a 6 días a la semana. Acude a su médico dos veces al año para chequeos, pero dice que en realidad le da consejos a él acerca de cómo bajar de peso. Su médico se le ha unido y ha adoptado una dieta cetogénica, dice Gorman.

Falta de conocimiento

La obesidad es una de las enfermedades crónicas más comunes en Estados Unidos y sin embargo, una de las que más es objeto de infratratamiento.[1] Y esto solo va a empeorar, pues para el año 2030 se predice que casi la mitad de los estadounidenses adultos tendrá obesidad; en la actualidad esta afecta a 40%.[2]

Uno de los motivos por los que los médicos de atención primaria tienen dificultades para tratar con éxito a pacientes con obesidad ―sobre todo obesidad extrema― es que muchos no saben cómo, señala el Dr. Scott Kahan, maestro en salud pública, director del National Center for Weight and Wellness, en Washington, D.C.

En las facultades de medicina por lo general no se enseña a estudiantes cómo tratar la obesidad, señala el Dr. Kahan, y la American Medical Association ni siquiera reconocía la obesidad como una enfermedad crónica hasta 2013.

Dra. Fatima Cody Stanford

“No se me ocurre otra enfermedad que, si se trata, ayude a los pacientes a hacer frente a tantos otros padecimientos”, indica la Dra. Fatima Cody Stanford, maestra en salud pública, especialista en obesidad en el Massachusetts General Hospital y miembro del profesorado de la Harvard University Medical School, en Boston. Sin embargo, hay una escasez mundial de programas de educación en obesidad para estudiantes de medicina, residentes y médicos de base, aunque a menudo mejoren los resultados cuando se administran.[3]

Para abordar esto, la Obesity Medicine Education Collaborative, una iniciativa conjunta de varias sociedades médicas, ha creado 32 competencias para integrarlas en la formación médica sobre la obesidad en una fase más temprana y mejorar la formación. Se cuenta con recursos adicionales de Centers for Disease Control and Prevention y National Institutes of Health. Sin embargo, los médicos en ejercicio en gran medida se las arreglan ellos mismos para capacitarse.

Me estremeció en lo más hondo

Hasta que se le diagnosticó gota, Steven Ray veía a su médico únicamente por resfriados, influenza y cuestiones rutinarias. Aun cuando pesaba hasta 167 kg, este individuo de 31 años de edad de Tuscaloosa, Alabama, dijo que no tenía problemas de salud relacionados con la obesidad.

Había bajado de peso muchas veces poniéndose a dieta, pero siempre recuperaba los kilos y más. El gerente de la propiedad finalmente no pudo subir una escalera y no podía transportarse cómodamente en la mayoría de los vehículos. Sin embargo, había aceptado su obesidad hasta que se le diagnosticó gota. Investigó las complicaciones de la gota y la obesidad, y se percató de que le deparaba un futuro de nefropatía, diabetes, artralgias y más.

“Realmente me estremeció en lo más hondo y me hizo decidir despertar y bajar de peso”, dice Ray.

Su médico lo puso a una dieta estricta de 1.400 calorías al día. Ahora Ray suele omitir el desayuno y de almuerzo come muslo de pollo asado y salmón. Toma un refrigerio vespertino de frutos secos mixtos y termina el día con una cena a base de una papa horneada o un tazón de avena. También camina una hora o más diariamente y levanta pesas. “Literalmente de la noche a la mañana pasé de ser un rey del sofá a un guerrero del ejercicio”, señala.

En la fecha de la redacción de este artículo, había bajado casi 45 kg en un año. Acude a su médico con regularidad para chequeos y motivación.

“Mi médico es de la vieja escuela, muy severo y uno con el que realmente no te quieres topar. Su vigilancia de mi baja de peso me ha ayudado muchísimo pues me mantiene motivado y sabiendo que tengo que permanecer así. Su plan también es el único que me ha funcionado a largo plazo”, dice Ray.

No hay soluciones sencillas

La dieta que le ha funcionado a Ray no necesariamente es eficaz para todos, comenta el Dr. Kahan, quien añade que los médicos han de recordar tres cosas al aconsejar a pacientes sobre dietas:

  1. No hay estudios que demuestren que alguna dieta sea mejor que otra.
  2. Las dietas funcionan de manera diferente para las personas y dependen de diversos factores individuales.
  3. No hay pruebas para determinar de antemano cuál dieta funcionará mejor para un paciente.

Es importante efectuar una anamnesis detallada y comprender los hábitos del paciente y su relación con el alimento y el peso antes de decidir cualquier curso de tratamiento, indica la Dra. Stanford. Los médicos nunca deberían prescribir una dieta o un cambio de hábitos que un paciente no podrá o no estará dispuesto a seguir el resto de su vida, dice, pues adoptar y abandonar dietas da lugar a ciclos de cambio de peso y, finalmente, más aumento de peso. Muchos pacientes no comprenden que la reducción de peso permanente exige un compromiso de por vida.

Desde luego, la dieta y el ejercicio no son las únicas opciones. La US Food and Drug Administration ha aprobado cinco fármacos de prescripción para tratar la obesidad al reducir el apetito o hacer que los pacientes se sientan satisfechos con menos comida.

La Dra. Stanford añade que ella primero intenta modificaciones de los hábitos, como mejor dieta y ejercicio, pero prescribirá medicación a pacientes que tienen un índice de masa corporal (IMC) de 27 kg/m2 o más con trastornos relacionados con la obesidad, como hipertensión arterial, diabetes de tipo 2 o apnea obstructiva del sueño. Quienes tienen una buena respuesta a los fármacos pueden reducir 5% a 10% de su peso corporal.

Sin embargo, hay datos de que los médicos no están prescribiendo lo suficiente estos fármacos. Un estudio reciente mostró que solo 1,3% de los pacientes elegibles recibían una prescripción de un fármaco para bajar de peso, y que menos de una cuarta parte de los médicos que prescribían representaban cerca de 90% de todas las prescripciones.[4] Los autores dijeron que podía haber una serie de causas, tales como falta de experiencia de los médicos con los fármacos, falta de cobertura del seguro y el prejuicio de que la obesidad es principalmente un problema de conducta que debería tratarse con medidas conductuales.

La opción quirúrgica

Jeanine Sherman por años había estado tratando de bajar de peso a través de dieta y ejercicio sin ayuda médica cuando finalmente pidió a su médico que le prescribiera medicación antiobesidad. La sorprendió al recomendarle en cambio cirugía bariátrica.

Ella investigó y encontró lo que describe como un estigma en contra del procedimiento. Le tomó 3 años y bajar casi 14 kg más antes que se decidiera a someterse a la operación en 2017. Ahora pesa aproximadamente 65 kg, muy por debajo de su máximo de 119 kg, y es una destacada defensora de la cirugía bariátrica.

La ama de casa de 47 años de St. Charles, Michigan, adoptó el nombre de usuario de Twitter iamabariatricpatient (@JeanineMSherman) y comenzó a propagar el mensaje sobre el procedimiento, que según dice, está infrautilizado. En 2018 comenzó a asistir a conferencias para pacientes y ha recibido apoyo económico de una compañía de suplementos.

“Cuantas más personas podamos incorporar, más se escucharán nuestras voces y haremos una diferencia”, dice.

Se ha demostrado que la cirugía bariátrica es eficaz para lograr una gran reducción de peso y mejorar muchos problemas de salud relacionados con el peso corporal. En general se considera para aquellos con obesidad grave (IMC ≥ 40 kg/m2) que no han podido lograr un peso sano con modificación de hábitos o medicación antiobesidad, o para aquellos con obesidad moderada (IMC ≥ 27 kg/m2) con trastornos relacionados con obesidad.

Se debe prescribir el tratamiento quirúrgico en más casos, incluyendo niños, destaca la Dra. Stanford. De hecho, la American Academy of Pediatrics en 2019 recomendó la cirugía bariátrica como un tratamiento seguro y eficaz.[5]

La importancia del apoyo

Las personas han tenido más éxito para bajar de peso y mantenerlo reducido cuando otras las han alentado, sea a través de un grupo de apoyo para bajar de peso o alistando a otros en su camino hacia la reducción de peso. Las reuniones pueden ser en persona o en línea.[6]

Ray experimentó primero el lado desagradable de los medios sociales.

Antes que bajara de peso, publicaba sus videos en YouTube sobre el fútbol universitario y sus detractores se burlaban de él por su peso. Deprimido, abandonó los medios sociales durante 6 meses, pero más tarde utilizó estos ataques para alentar su determinación.

“Nadie pensó que alguna vez bajaría de peso”, dice. Ahora, bajo el nombre de usuario en Twitter de @StevenRay30 y en su página de Facebook, todavía opina sobre el fútbol universitario, pero también actualiza sus progresos en la reducción de peso para un auditorio que en gran parte lo apoya, incluidos algunos de los que antes lo habían acosado.

“He aprendido mucho sobre mí mismo. Tengo una increíble determinación y fuerza de voluntad para hacer lo que quiero. Mi confianza ha aumentado bastante”, añade Ray.

Antes de bajar de peso, el ceto-seguidor Goman estaba en Instagram “disfrutando de mi vida como un tipo gordo”, posando sin camiseta y con abundantes porciones de comida. Dice que se percató de que lo que buscaba era validación de su obesidad.

Ahora, con el nombre de usuario de Instagram @gormy_goes_keto publica fotos de antes y después. Incluso comenzó un pódcast Fat Guy Forum, en el cual comparte historias de reducción de peso de otros y motiva a las personas a bajar de peso.

“Para mí, los medios sociales han sido una forma de enterarme de otras personas que estaban en mi situación y una manera de tenderles la mano y ayudarlas”, dice Gorman.

Hablar con los pacientes es la primera dificultad

Dr. Scott Kahan

El tratamiento comienza con una charla, pero incluso abordar el tema de la obesidad con los pacientes puede ser difícil. El Dr. Kahan dice que muchos médicos adoptan un enfoque de mano dura, sermoneando a los pacientes y utilizando tácticas atemorizantes o avergonzándolos.

“Esto arruina la relación médico-paciente. Los pacientes no quieren ver al médico porque no han bajado de peso o no quieren que se les diga que bajen de peso”, agrega.

Más bien, un médico debería pedir permiso a un paciente para conversar sobre la obesidad y respetar su autoridad si se rehúsa, dice el Dr. Kahan, independientemente de su grado de obesidad. Si un paciente está de acuerdo, el médico ha de proceder con gentileza, comentando las complicaciones de la obesidad y por qué podría querer bajar de peso.

La Dra. Stanford recomienda un enfoque más agresivo, aun cuando el paciente no quiera charlar sobre esto.

“Creo que somos un poco tímidos. Yo no pido permiso para charlar sobre la diabetes, la hipertensión arterial o las cardiopatías. Deberíamos tratar la obesidad como tratamos cualquier otra enfermedad crónica”, agrega.

¿Qué hacercuando un paciente pide ayuda para bajar de peso?

Los médicos deben ser comprensivos y brindar apoyo, poner en claro que su intención es ayudar, dice el Dr. Kahan, y añade que los médicos que no confían en su capacidad para tratar la obesidad pueden educarse a sí mismos. Los médicos que piensan que un paciente requiere tratamiento por un especialista pueden encontrar uno en el sitio web de la American Board of Obesity Medicine, que enumera más de 3.000 especialistas por lugar.

La reducción extrema de peso es difícil y raras veces se logra en el primer intento. Los fracasos y retrocesos son comunes.[7]

Es un error tratar de bajar de peso simplemente como una cuestión de fuerza de voluntad o deseo, comenta la Dra. Stanford; la obesidad se debe a muchos factores, como entorno, salud mental y características biológicas de un individuo. “Está mucho más fuera de nuestro control de lo que pensamos”.

#El #balón intragástrico ingerible sin endoscopia es seguro y consigue una aceptable #pérdida de peso

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 La implantación del balón intragástrico ingerible Elipse bajo control radiológico parece viable y segura en determinados pacientes con obesidad.[1] Además se obtuvo una pérdida de peso aceptable a los cuatro meses en 80% de los pacientes tratados. No obstante, se aconseja la supervisión de un endoscopista bariátrico para solventar posibles complicaciones.

La técnica de implantación del dispositivo parece un método mejor tolerado cuando se realiza facilitado por la guía interna, según constata un estudio publicado en la Revista Española de Enfermedades Digestivas. Aunque algunos balones autodegradables que se deben eliminar por vía natural a las 16 semanas permanecieron un tiempo inferior al estimado.

En general se obtuvo pérdida de peso superior a 10% a los cuatro meses en 80% de los pacientes tratados. Como con todos los tipos balones disponibles en la actualidad, existe un porcentaje de intolerancias y efectos adversos que puede precisar un abordaje endoscópico, por lo que es aconsejable que estos procedimientos sean supervisados por un endoscopista bariátrico experto en centros dotados de servicio de urgencias endoscópicas.

Dr. Eduardo Espinet Coll

El Dr. Eduardo Espinet Coll, Coordinador de la Unidad de Endoscopia Digestiva y Bariátrica del Hospital Universitario Dexeus de Barcelona, y autor principal del estudio, comentó a Medscape en español: “Su principal indicación reside en pacientes con sobrepeso grado II (índice de masa corporal [IMC]: 27 – 29,9 kg/m²) u obesidades leves grado I (IMC: 30 – 34,9 kg/m²) como ayuda o complemento a la pauta dietética. Como alternativa también podría indicarse de forma seleccionada en obesidad grado II (IMC: 35 – 39,9 kg/m²) o en pacientes con demasiada obesidad (IMC: > 50 kg/m²) como ‘terapia puente’ a la cirugía, sobre todo en aquellos casos con contraindicación o alto riesgo anestésico”.

“Para su colocación se requiere valoración previa favorable por una Unidad Multidisciplinaria en Obesidad que incluya, por lo menos, dietista/endocrinólogo, psicólogo y endoscopista bariátrico”, añadió el experto.

Primer balón intragástrico que no precisa endoscopia

El Dr. Espinet explicó que “el balón intragástrico Elipse se coloca en el estómago mediante la ingesta de una pequeña cápsula, y se expande rellenándolo externamente a través de un fino catéter. Sobre las 16 semanas su válvula se degrada, se vacía su contenido líquido y se elimina espontáneamente por vía natural. Por tanto, es el primer balón intragástrico que no requiere sedación, anestesia, endoscopia ni cirugía para su implantación ni para su extracción”.

Asimismo, el especialista destacó: “Para evitar complicaciones, previo a la colocación de cualquier tipo de balón deberíamos descartar anomalías gastrointestinales que pudieran contraindicarlo, tales como hernia hiatal grande, úlcera o patología inflamatoria, lesiones vasculares potencialmente sangrantes, etc. Por tanto, se recomendaría que estos pacientes dispusieran por lo menos de una gastroscopia previa para garantizar la máxima seguridad”.

“Por otro lado, deberían descartarse previamente inflamaciones, estenosis, adherencias, cirugías mayores abdominales-pélvicas, etc., que pudieran dificultar o imposibilitar la migración y el paso del balón desinflado a través del trayecto intestinal, y que pudieran suponer un riesgo (oclusión intestinal, perforación, etc.) para el paciente”.

Asimismo, El Dr. Espinet señaló que algunos inconvenientes del procedimiento serían que “el balón se rellena con un volumen estándar y fijo de líquido (550 ml), por lo que una de sus limitaciones radica en no poder ajustarlo al tamaño gástrico; su duración teórica de 4 meses, inferior a la habitual de los demás balones, puede condicionar menor pérdida de peso y menor tiempo para que el paciente pueda adquirir cambios de hábitos, del estilo de vida y modificaciones dietéticas”.

Control radiológico de correcta ubicación y relleno

El estudio es de carácter prospectivo y descriptivo, no aleatorizado, de los primeros pacientes remitidos al Hospital Universitario Dexeus de Barcelona, para la colocación de balón Elipse entre noviembre de 2017 y junio de 2018. Se utilizaron los criterios definidos en el Documento Español de Consenso en Endoscopia Bariátrica para incluir o excluir pacientes.[2]

Se aceptaron pacientes con sobrepeso grado II y obesidad grados I – II (IMC: 27 – 39,9 kg/m²) y entre 18 y 70 años de edad.[3] Todas las implantaciones fueron realizadas por el mismo médico endoscopista de forma ambulatoria y en el mismo centro.

Al finalizar el procedimiento se realizaba sistemáticamente una radiografía simple de abdomen para confirmar la correcta ubicación, su completo rellenado y la ausencia de fugas y/o complicaciones. Si a las 16 semanas no se había eliminado, se realizaba una radiografía abdominal y, en caso de dudas, una ecografía.

Se incluyeron los primeros 30 pacientes consecutivos remitidos a la Unidad de Endoscopia Bariátrica para balón intragástrico modelo Elipse. La mayoría de pacientes, 28 (93,3%) era de género femenino, con una edad media de 43,1 ± 8,2 años.

Al inicio del estudio el peso medio era de 83,3 ± 10,7 kg (rango 61,9 – 104,8), con índice de masa corporal medio de 30,6 ± 2,7 kg/m² (rango 27 – 38).

Los tres primeros pacientes ingirieron la cápsula con el catéter sin guía interna, y mostraron cierta dificultad, por lo que a partir del cuarto procedimiento las ingestas del balón se realizaron con guía, facilitadas por el empuje manual del médico.

Todos los balones se pudieron rellenar con la totalidad del volumen previsto (550 ml), y la radiografía de control tras el relleno fue normal en todos los casos.

Pudo realizarse el seguimiento a cuatro meses de todos los pacientes, sin pérdidas del mismo. En seis de los casos (20%) no se pudo conocer la duración del balón: cinco por no detectarse su eliminación y no acudir al control radiológico a las 16 semanas, y otro que presentó intolerancia y se retiró precozmente por vía endoscópica.

En 17 casos (70,8%) la duración fue adecuada, de 16 semanas o superior, pero en 5 casos (20,8%) hubo una eliminación precoz entre las 12 y las 15 semanas, y en dos casos (8,3%) se produjo una eliminación precoz patológica con menos de 12 semanas.

80% perdió más de 10% de peso

En cuanto a la pérdida media de peso a las 16 semanas, esta fue de 11,2 ± 5,5 kilos (rango 3 – 19 kg), con un porcentaje de pérdida media del peso total de 12,1% ± 5,8% (rango 3,3% – 20%), y pérdida media del exceso de peso de 64,7% ± 25% (rango 8,5% – 95%), con disminución media del índice de masa corporal de 4,1 ± 2,1 kg/m² (rango 1,2 – 7,2 kg/m²; p < 0,05). Por tanto, se obtuvo una pérdida de peso mayor a 10% en 24 de los 30 (80%) pacientes.

La tolerancia global al balón fue buena en 80% de los pacientes y hubo mala tolerancia en seis pacientes (20%), que se debió a intolerancia clínica, una migración con oclusión intestinal, dos casos de dolor abdominal, y dos pacientes con náusea/pirosis recurrente.

Respecto a los datos más destacables del estudio, el Dr. Espinet comentó: “Nos sorprendió favorablemente que todos los pacientes pudieron ingerir el dispositivo sin problema, y con un correcto rellenado del balón confirmado radiológicamente, todo ello en un tiempo medio corto, de 16 minutos”.

Por otro lado, “en 8% de casos la duración del balón fue excesivamente corta (< 12 semanas); un paciente vomitó el balón desinflado a las 16 semanas (aunque no causó problema, creó cierto componente psicológico), y en otro paciente el balón quedó obstruido en intestino delgado, requiriendo colonoscopia más ileoscopia laboriosas para eliminarlo, aunque consiguiéndolo con éxito y sin necesidad de cirugía, lo que apoya la necesidad de supervisión por endoscopia bariátrica”.

El grado final de satisfacción de los pacientes reflejado por el estudio fue bueno en 60% de los casos, regular en tres casos (10%), y malo en nueve casos (30%).

Limitaciones y valoración de costos

Las limitaciones reconocidas por el estudio son: bajo número de pacientes, confinación a un único médico y hospital, ausencia de un brazo control aleatorizado, seguimiento limitado a cuatro meses, y falta de evaluación de las comorbilidades asociadas a la obesidad.

En cuanto a la valoración costo-económica, aunque el precio del dispositivo Elipse es superior al de los demás balones comercializados en España (Elipse aproximadamente 2.100 euros frente a 800 – 1.200 euros los demás balones), la ausencia de dos intervenciones de endoscopia y sedación compensa su elevado precio, e incluso como en nuestro caso, puede ofrecerse a la población por un costo final inferior.

El Dr. Espinet añadió que “es una opción interesante cuando la indicación es correcta, tiene un control endoscópico previo y un seguimiento adecuado por unidades multidisciplinarias, compuestas por dietistas/endocrinólogos, psicólogos y endoscopistas”.

En el futuro “será importante ampliar el estudio para corroborar estos datos con más volumen de pacientes, a más largo plazo (por ejemplo, controles al año), hacer una comparación entre más de un hospital, valorar la posibilidad de estudiarlo comparando resultados con un brazo control aleatorizado, y evaluar el comportamiento de las comorbilidades y otras enfermedades asociadas a la obesidad como respuesta a este tratamiento”, añadió el especialista.

El balón cumple con la eficacia esperada

Dr. Miguel Ángel Martínez Olmos

El Dr. Miguel Ángel Martínez Olmos, del Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición, especialista ajeno al estudio, manifestó a Medscape en español: “De acuerdo con los resultados, este tipo de balón cumpliría con la eficacia esperada para este tratamiento, y si se aplica con la técnica y las precauciones adecuadas puede resultar satisfactorio sin necesidad de realizar maniobras endoscópicas”.

“Por otra parte, en la mayoría de los casos la eliminación espontánea del dispositivo tras al menos 16 semanas de tratamiento mejora el resultado; en pocos casos se produce una eliminación más precoz de lo deseado, en general asociada a una eficacia algo menor; aunque la posibilidad de complicaciones es baja, debe contarse con el recurso de endoscopia intervencionista en el caso de que sea preciso solucionar de forma urgente cualquier contratiempo”, añadió el experto.

El Dr. Martínez recordó que “los balones intragástricos llevan décadas utilizándose en determinados casos de obesidad. Su forma de actuar está relacionada con la ocupación de parte de la cavidad gástrica, disminuyendo el volumen de la ingesta, retrasando el vaciamiento gástrico y aumentando la sensación de saciedad. Puede valorarse su uso tras una cuidadosa selección en pacientes con obesidades no mórbidas, o en pacientes en los que no está recomendada la cirugía bariátrica”.

“Uno de los puntos clave consiste en seleccionar adecuadamente los sujetos, de modo que hay que excluir la presencia de patologías digestivas previas (enfermedad por reflujo, hernia hiatal, patología péptica o inflamatoria, cirugía mayor abdominopélvica previa, entre otras), y también realizar una reeducación dietética, y de acuerdo con la experiencia publicada, con una eficacia adecuada, este modelo podría tener la ventaja de evitar la necesidad de endoscopias para su colocación”.

El Dr. Martínez concluyó: “No obstante, la experiencia en la utilización del mismo nos dirá con mayor seguridad el papel que puede desempeñar en una estrategia global de tratamiento de la obesidad”.

El Dr. Espinet es consultor de Apollo Endosurgery, pero carece de cualquier tipo de interés para este estudio. El Dr. Martínez Olmos ha declarado no tener ningún conflicto de interés económico pertinente.

 

#Etiquetado de alimentos con vínculo de calorías y ejercicio podría reducir la #obesidad

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Peter Russell

Etiquetar los alimentos y bebidas con la cantidad de ejercicio que sería necesario para quemar su contenido de calorías podría ser una forma más eficaz de alentar a las personas a elegir alimentos más saludables, señala un estudio.[1]

Un análisis de los datos demostró que este tipo de etiquetado condujo a las personas a seleccionar significativamente menos calorías en relación con el etiquetado de productos de comparación.

“No estamos recomendando que las personas no coman, pero saber lo que necesitan caminar o correr para consumir todas las calorías presentes en el alimento que han elegido sin duda podría alentarlas a seleccionar productos alimenticios más saludables”, indicó la profesora Amanda Daley, de Loughborough University, quien dirigió el estudio.

La industria alimentaria previamente introdujo el etiquetado nutricional para ayudar a los consumidores a tomar decisiones más informadas. Sin embargo, cerca de dos tercios de la población de Reino Unido tienen sobrepeso u obesidad, y los datos han indicado que el etiquetado con la equivalencia de calorías a actividad física podría ayudar a afrontar el problema.

La recomendación fue planteada por la Royal Society for Public Health, que declaró que había datos indicativos de que 53% de las personas modificaría su conducta después de ver el etiquetado con la equivalencia de calorías a actividad física en el frente del envase.[2]

Investigadores analizaron estudios aleatorizados

Los investigadores quisieron explorar la fuerza probatoria de que vincular las calorías con el consumo de energía podría modificar los hábitos alimentarios de las personas y ayudar a reducir los niveles de obesidad.

Para llegar a sus conclusiones llevaron a cabo un análisis sistemático de 14 estudios aleatorizados controlados, así como estudios experimentales.

El estudio, publicado en Journal of Epidemiology & Community Health, demostró que cuando se incluía el etiquetado con la equivalencia de calorías a actividad física en alimentos, bebidas y menús, los consumidores seleccionaban productos con 64,9 menos calorías por comida, en comparación con otros tipos de etiquetado de alimento, o ningún etiquetado en absoluto.

El etiquetado con la equivalencia de calorías a actividad física también se asoció a un consumo de 80 a 100 calorías menos que ningún etiquetado de alimento u otros tipos de etiquetado, reveló la investigación.

“Si se considera que tenemos tres comidas al día, y la mayoría de las personas consume uno o dos refrigerios, eso básicamente es comer en cinco ocasiones”, agregó la profesora Daley a Medscape Noticias Médicas Reino Unido. “Y consideramos que el etiquetado con la equivalencia de calorías a actividad física puede reducir casi 50 a 60 calorías por cada comida la cantidad de calorías que consumimos.

“Eso, si se suma, puede ascender a 200 – 250 calorías, sobre todo por ‘alimentos discrecionales’: alcohol, pastelillos, biscochos, papas fritas, ese tipo de cosas”.

Se necesita investigación futura

Los investigadores advirtieron que el número de estudios incluidos era pequeño, y que el diseño de cada uno era muy variable.

“Creo que todavía necesitamos realizar más estudios de la vida real, en ocasiones de consumo real de alimentos”, señaló la profesora Daley. “Así que creo que hemos dado un paso en la dirección correcta”.

“Es importante señalar que no estamos recomendando que se abandone el etiquetado actual. Lo que decimos es que este tipo de etiquetado pudiera añadirse, pues no va a perjudicar que las personas sepan que el panecillo de chocolate que se acaban de comer va a precisar que corran posiblemente 50 minutos o que caminen hora y media para consumirlas”.

Los investigadores señalaron que sus hallazgos se contraponían a un estudio realizado en 2018 por iraníes, publicado en International Journal of Behavioral Nutrition and Physical Activity, en el que se informó que no había reducción significativa de las calorías con el etiquetado con la equivalencia de calorías a actividad física.[3]

 

#Tres enemigos exógenos que agreden la salud

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La población conoce qué hábitos de vida son más perjudiciales y, pese a todo, obesidad, sedentarismo y contaminación siguen creciendo.

Edulcorantes, aditivos y otros saborizantes gratifican al paladar más que los alimentos saludables e insípidos.

Hay factores de los que no se puede huir, como la predisposición genética, la herencia familiar o incluso la mala suerte. De otros sí, pero estos factores de riesgo modificables continúan de moda entre la población española y mundial, con el consiguiente perjuicio para la salud. Con el afán de educar a la población, la United European Gastroenterology (UEG) publicó en mayo el informe Nutrition and Chronic Digestive Diseases para pedir a los países europeos que frenen el aumento en la prevalencia e incidencia de obesidad y sobrepeso, así como su impacto en los sistemas de salud, y las morbilidades asociadas. Según el informe, una mala elección nutricional, incluyendo un alto consumo de ultraprocesados y de grasas trans, ha contribuido a elevar el riesgo de patologías digestivas crónicas, tumores digestivos, trastornos gastrointestinales y obesidad.

Según la última Encuesta Nacional de Salud (2017), la prevalencia de la obesidad llega al 17,54% y la del sobrepeso al 37%, mientras que en los niños la situación no mejora y, según el estudio Pasos, de la Fundación Gasol, el 14,2% presentan obesidad y el 20,7% sobrepeso. Iniciativas como la catalana para gravar con impuestos los refrescos se han visto frenadas este año por los tribunales.

Sin embargo, parece que no son las ciudades obesogénicas las únicas responsables del cambio. Un estudio en Nature que ha analizado las tendencias globales del IMC -con datos de 112 millones de personas de 200 países durante 30 años-, dirigido por el Imperial College de Londres y con participación del CiberESP, apuntaba en mayo que las tasas de obesidad han aumentado más rápidamente en zonas rurales que en ciudades.

El informe de la UEG señala a los ultraprocesados como responsables de más de la mitad de la ingesta calórica europea, mientras que un estudio español dirigido por Miguel A. Martínez-González, publicado en mayo en The British Medical Journal, con 20.000 voluntarios de la cohorte Seguimiento Universidad de Navarra (SUN), añade que más de cuatro porciones diarias se asocian con un 62% de aumento del riesgo de mortalidad por todas las causas.

Aire sucio

Junto a todo eso, en España se sigue fumando -causa 50.000 muertes prematuras cada año-, se duerme menos de lo debido, se dedica demasiado tiempo a las pantallas y el sedentarismo afecta por igual a mayores y pequeños. Por si no fuera suficiente, el aire que se respira también supone un riesgo: un análisis en European Heart Journal de marzo cifró en 2019 las muertes achacables en Europa a la contaminación en 800.000 almas. Una preocupación que ha llevado a la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y Atención Primaria a advertir de que el efecto de la contaminación en niños “es mucho mayor que en adultos”.

Así la exposición a partículas finas PM 2,5 desde el embarazo y en los primeros años de vida se asocia con un menor desarrollo en las habilidades cognitivas fundamentales, según un estudio del IsGlobal, centro impulsado por La Caixa, en Environmental Health Perspectives. Otro estudio del mismo centro añadía este año que la exposición prenatal a la contaminación, incluso a niveles aceptados por la UE, se asocia con cambios en el cerebro infantil, concretamente en el cuerpo calloso. Además, los estudios epidemiológicos señalan que el 35% de los casos de Alzheimer podrían relacionarse con diabetes, HTA, obesidad, tabaquismo, sedentarismo, depresión, inactividad cognitiva, hipoacusia y aislamiento social.

#La #esfera psicológica en la ecuación de la #obesidad

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La obesidad es una patología multifactorial que a menudo se asocia, de forma reduccionista, a la mala nutrición o al sedentarismo, dejando de lado su aspecto psicológico y psiquiátrico.

“La obesidad es la quinta enfermedad más importante del mundo, así que podemos hablar de una pandemia”, afirma Montse Bascuas, directora del Programa Salud y Vida de ITA para el tratamiento de la obesidad, que define a ésta como una enfermedad “sistémica, crónica, progresiva y multifactorial”, convertida ya en un “problema de salud pública porque genera un incremento de la morbilidad asociada y un aumento de los costes sanitarios”. Según un estudio liderado por investigadores del Institut Hospital del Mar d’Investigacions Mèdiques (IMIM) y médicos del Hospital del Mar, para el año 2030 se prevé que en España 27 millones de adultos (el 80% de los hombres y el 55% de las mujeres) tendrá problemas de obesidad o sobrepeso, tres millones más que en 2016.

Como destaca en su definición Bascuas, la obesidad es una patología “multifactorial” que, sin embargo, se suele asociar muchas veces, de forma reduccionista, a la mala nutrición o al sedentarismo, dejando de lado un aspecto fundamental de la ecuación que conduce a la obesidad: el psicológico y psiquiátrico.

“La ansiedad, la falta de saciedad, los conflictos psicológicos y una elevada impulsividad se asocian también a la obesidad. De hecho, en estos casos es difícil abordar la obesidad si no tratamos la parte psiquiátrica de esta enfermedad”, asegura Marina Díaz Marsá, Jefe de Sección del Hospital Clínico San Carlos y presidenta de Sociedad de Psiquiatría de Madrid.

Su opinión la corrobora Bascuas, que incide en el alto índice de comorbilidad de la obesidad con psicopatologías como la ansiedad, las adicciones, la depresión o, entre otros muchos, los trastornos de la conducta alimentaria. “La relación entre obesidad y enfermedades mentales existe. Lo que no se sabe es si la obesidad es la causante de estas enfermedades o a la inversa. Al final el estado de ánimo influye en la forma en que nos alimentamos. El simple hecho de estar contento o deprimido puede influir en cómo comemos. Prueba de ello es que la comida se convierte muchas veces en el refugio más fácil y accesible para los pacientes, ya que la acción de comer genera en un principio sensación de bienestar y placer”, reflexiona.

La importancia del abordaje psiquiátrico           

Debido a la relación bidireccional entre obesidad y psicopatologías, según Díaz Marsá, la mayoría de los pacientes con obesidad se beneficiarían de un abordaje psicológico de ésta, “no solo por la contribución que los trastornos emocionales tienen en su etiología, sino por las consecuencias de baja autoestima y rechazo social asociados a esta enfermedad, que pueden contribuir al desarrollo de depresión y ansiedad añadidas”.

Bascuas, por su parte, destaca que la variedad de procesos psicológicos implicados en la obesidad plantea la necesidad de abordar la situación de cada paciente de forma individualizada, en función de su personalidad, y de su entorno.

“El plan de intervención siempre ha de ser integrador e interdisciplinar y es importante que busque romper la cadena de conductas que han favorecido el problema en la vida de los pacientes; así como abordar la dinámica de la vida del paciente en su totalidad, aportándole recursos emocionales, educativos y sociales que han de tener como objetivo trabajar las emociones que se generan alrededor de la enfermedad, así como capacitar al sujeto para diferenciar entre la ingesta emocional y la nutricional”, explica la directora del Programa Salud y Vida de ITA, para quien todos estos aspectos son básicos en un tratamiento que, de lo contrario, no sería eficaz. “Centrarse en la actividad física y la nutrición únicamente es ineficaz, obsoleto y hasta irresponsable, porque una enfermedad tan compleja no se puede solucionar poniendo paliativos a dos aspectos”, añade.

Mejorar el pronóstico

¿Y este abordaje psicológico, puede mejorar las perspectivas del tratamiento para la obesidad? “Claramente”, responde tajante Díaz Marsá, para quien el tratamiento de la ansiedad, del estrés y del malestar asociado a diferentes conflictos emocionales “mejora el pronóstico de la obesidad” y ayuda a que el tratamiento “sea exitoso y duradero a largo plazo”.

Bascuas señala que el objetivo final que persigue el tratamiento para la obesidad es que el paciente “pueda ser autónomo y autorresponsable con su vida”. Es decir, no se trata de evitar la comida, sino de hacer del acto de comer algo agradable y no patológico. “Hemos de capacitar a los pacientes para ser gestores de sus propios procesos. De esta manera, aprenderán a quererse y a cuidarse desde la propia autoestima, desde la propia conciencia, y no desde la obediencia. Cuando uno obedece no entiende los procesos, pero si uno es responsable de algo, lo gestiona distinto”, afirma.

Todo esto, sin embargo, no evita las recaídas. Es más, para Bascuas, éstas “forman parte del proceso de curación” de la obesidad, así que no deben verse como un fracaso. No obstante, reconoce que dotar a los pacientes de recursos emocionales, cognitivos y educacionales sobre la ingesta y la actividad posibilitan reducir esas recaídas.

“Cuando una persona llega a la consulta con obesidad, a lo mejor lleva 30 años con una gestión difícil de las emociones o con conductas negligentes. Es imposible que no haya recaídas. La gravedad, por tanto, no está en la recaída, sino en que la persona se desentienda completamente y se olvide de su gestión de la responsabilidad”, concluye.

#Fármacos frente a la #obesidad, ¿presente o futuro?

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El autor explica cuáles son las opciones de tratamiento farmacológicos que tienen las personas obesas en la actualidad.

Casi 700 millones de personas en el mundo son obesas; entre ellas, uno de cada 5 españoles adultos, lo que supone una notable carga asistencial y económica para nuestro sistema sanitario. El desconocimiento de su etiología exacta dificulta un abordaje terapéutico eficaz. Por otra parte, las dietas hipocalóricas, el ejercicio físico y los programas para modificar la conducta no consiguen el mantenimiento de la pérdida de peso a largo plazo más que en un pequeño número de pacientes. Es por ello que se han intentado asociar otras modalidades terapéuticas, entre las que destacan el tratamiento farmacológico y la cirugía bariátrica.

Francisco Botella Romero, de la SEEN.

Actualmente, las opciones farmacológicas para el tratamiento de la obesidad tienen, en unos casos, una eficacia limitada; en otros, un perfil de seguridad que limita su uso en determinados subgrupos de pacientes y, por último, pero no menos importante, un precio elevado. No obstante, dado que la pérdida de tan sólo un 5-10% del peso ya reduce los factores de riesgo asociados, es importante considerar estas opciones terapéuticas dentro de un programa integral encaminado a conseguir al menos esa reducción ponderal y mantenerla.

En nuestro medio, el arsenal terapéutico farmacológico para el tratamiento de la obesidad consta de:

Orlistat: inhibidor de las lipasas gástrica y pancreática. En ensayos clínicos aleatorizados, los pacientes tratados con orlistat (120 mg tres veces al día), perdieron 3,4 kg en un año (3,1% del peso inicial) y los realizados con menor dosis (60 mg) evidenciaron pérdidas de 2,5 kg con respecto al placebo. Aunque el estudio XENDOS, realizado en 3.305 obesos con prediabetes tratados durante 4 años, demostró que orlistat disminuye el riesgo de desarrollo de diabetes en un 37,3% comparado con placebo; sus efectos secundarios (diarrea, incontinencia fecal, malabsorción), su discreto efecto sobre el peso (<5%) y su precio hacen que su uso sea muy minoritario.

Liraglutida: es un agonista del receptor del GLP–1 de acción prolongada lo que permite su administración subcutánea en una dosis única diaria. El desarrollo clínico del fármaco fue inicialmente para el tratamiento de la diabetes mellitus tipo 2 asociada a obesidad. Su efecto positivo sobre el peso, llevó a orientar el uso de la presentación de 3 mg para el tratamiento de la obesidad (4 estudios SCALE) con buenos resultados (pérdidas > 5% del peso inicial), así como beneficios adicionales en la reducción del riesgo de padecer diabetes, HTA, perfil lipídico o SAHOS, mantenidos más de tres años. Sus principales efectos secundarios fueron a nivel gastrointestinal: náuseas, vómitos y diarreas que suelen ser transitorios.

Naltrexona / bupropión: la combinación de naltrexona, 32 mg (empleada en el tratamiento de la dependencia de alcohol y mórficos) y bupropión, 360 mg (inhibidor de la recaptación de norepinefrina y dopamina con efecto antidepresivo empleado para el tratamiento del tabaquismo) para el tratamiento de la obesidad se basa en su efecto anorexígeno central comprobado en cuatro ensayos clínicos (programa COR) con pérdidas de peso entre el 5-8% en un año, o superiores si se asociaban a terapia de modificación de la conducta. Las reacciones adversas más frecuentes son: náuseas, estreñimiento, vómitos, sensación de mareo y boca seca que suelen desaparecer progresivamente. No obstante, su uso presenta múltiples contraindicaciones y limitaciones que condicionan mucho su utilización.

En los últimos años, se han realizado pruebas con múltiples fármacos y combinaciones, dirigidos frente a diversas vías patogénicas involucradas en la génesis y el mantenimiento de la obesidad con un triple propósito: 1) inducir y mantener una pérdida de peso significativa, 2) presentar un perfil de riesgo beneficio positivo y 3) tener un precio asequible. Entre ellos destacan: la lorcaserina, la asociación fentermina/topitamato, los análogos de la amilina (pramlintide, davalintide), de la leptina (metreleptina), otros agonistas del GLP-1 (exenatide, dulaglitide, semaglutide), antagonistas del neuropéptido Y (velneperit) o del receptor endocannainoide tipo 1, inhibidores de la lipasa (cetilistat) o los más recientes, relacionados con análogos de la ghrelina.

Muchos de estos fármacos actúan como señales de saciedad o antagonizan a señales orexígenas o potencian la utilización o disminuyen la absorción de las grasas, lo que abre la posibilidad de distintas combinaciones de fármacos que, esperamos, desembocarán en un tratamiento personalizado de la obesidad.